No sé cómo voy a hilar, o mejor dicho, deshilar todos los pensamientos que se agolpan en mi cabeza últimamente. Son muchos, diferentes y desordenados.
Estoy cansada de tomar decisiones. Últimamente estoy agotada de tener que tomar decisiones, grandes y pequeñas, a todas horas. Que me afectan a mí pero que sobre todo afectan a otras personas. ¿Qué colegio será mejor para las niñas? ¿Cuándo podemos ir a ver cada uno? ¿a qué actividades extraescolares les apunto? ¿qué hacemos este fin de semana? ¿qué regalos le compro a Mariflor por su cumple, y qué regalos les digo a la familia cuando me pregunten? ¿qué hago con esto del trabajo? ¿qué planes hago para la celebración de su cumple, con familia y amigos? ¿qué hago de cena otra vez hoy que lleve verduras y haya alguna posibilidad de que las coman?
Parecen nimiedades. Pero cuando se suman a las microdecisiones diarias, tomar tantas decisiones es extenuante.
A veces me gustaría encogerme cual bicho bola y volver a ese tiempo donde papá y mamá tomaban todas las decisiones por mí, porque ellos sabían qué era lo mejor. Que sí, que lo sé, que ellos en realidad no lo sabían y estaban como yo ahora, intentando adivinar qué será lo mejor sin tenerlas todas consigo. Pero tirando pa’lante. A veces me gustaría darle al «pause», hibernar un par de días. Descansar de la vorágine de responsabilidades. A veces también pienso en poder designar a un tomador de decisiones, alguien que se ocupe de planificar y decidir las cosas y use un algoritmo super chulo para decirme qué es lo mejor. 100%. Y yo lo hago, de verdad. Quiero un tomador de decisiones profesional, no como yo que soy solo una aficionada.
Mi segundo bloque de pensamientos estos días es la necesidad de quejarme. Llevaba yo una época muy zen, muy de fluir. Muy de «si no vas a decir algo amable, cállate». No juzgues, no critiques. Pasa un día sin quejarte, y verás como tu vida cambia – eso dice LinkedIn que dice Keanu Reeves. Yo quiero ser Keanu Reeves y ser un ser de luz etéreo, que exhale bondad y agradecimiento. Y paz, mucha paz. Pero luego me vienen las ínfulas de cosas que no me gustan, cosas que quiero cambiar, cosas que me tienen hasta el moño… y aunque todos los días doy las gracias por todo lo que tengo, a veces me cansa esta corriente mr. wonderful.
Jolin, que las cosas también se han conseguido a base de quejas. Que el mundo ha evolucionado porque había gente que no le gustaba como se hacían ciertas cosas, y se han rebelado contra ello de mil formas. Que no estará tan mal quejarse, que si no es muy difícil todo esto. Que se nos llena la boca de enseñar a nuestros hijos «que no hay emociones malas o buenas», y que si necesitan llorar, pues que se desahoguen… pero la crítica y la queja la censuramos. Que conste que yo no quiero convertirme en una persona que solo critica, que consume la energía del resto con su negatividad… no, no.
Yo lo que quiero es libertad para quejarme mi 10% del tiempo, o cuando lo necesite. Cuando ya no pueda más, o cuando sí pueda pero necesite liberar espacio. Que la jarra se llena y si no libero, se empieza a pudrir todo lo que hay dentro. Y eso tampoco es.
A veces necesito quejarme de cosas y eso no significa que no sea agradecida o que no valore lo que tengo. A veces esas quejas me sirven de reflexión para mí misma, y otras necesito compartirlas con las personas implicadas. Porque si no alzo la voz sobre lo que no me gusta, aquí nada cambia. Que a veces ni aun quejándome, pero al menos es un paso.
Pues ya está, ya lo he dicho. Si alguien conoce a un Tomador de decisiones profesional que me avise, y si os apetece quejaros hoy, pues tenéis mi bendición. Y mañana también.

Tranquila, IA ha llegado para quedarse y más pronto que tarde Amazón o Aliexpres ofrecerán «tomadores de decisiones», «sopladores de sopas»….¡ánimo pues!
Me gustaLe gusta a 1 persona
ay no sé papá, era más fácil cuando las tomábais vosotros
Me gustaMe gusta