To be likeable… or not to be

Hoy día muchas cosas se miden en «likes», en «megustas». Es la nueva forma de adicción, el subidón de dopamina por cada like . Pero la presión por gustar lleva existiendo mucho tiempo antes de estas nuevas drogas. La aprobación social, el sentimiento de pertenencia, la inherente necesidad de sentirnos «parte aceptada por el grupo» por nuestra propia supervivencia como especie. A veces, sin embargo, se lleva a extremos.

Como leí por ahí: no puedes gustarle a todo el mundo, no eres una pizza. Es imposible gustarle o caerle bien a todo el mundo. Imposible. Pero a pesar de eso, me empeño en que así sea… ¿por qué?

El viernes acudí a una cita. Que bien puede ser en la peluquería, en el doctor o en este tipo de sitios donde una persona te hace un tratamiento y hay dos opciones: entrablar conversación o permanecer en el más absoluto silencio. A pesar de que soy una persona tímida hasta las trancas y suelo preferir el silencio a invertir energía en hablar con un extrañ@, la necesidad de caer bien me hace hablar. Me hace intentarlo. Hacerle ver a la otra persona lo maja que soy, aunque no me apetezca nada. Porque no nos engañemos, ¡creo que soy majísisima! Así que eso hice. Intentar hablar. Pregunté un par de cosas, pero pronto vi que la otra persona no tenía ninguna gana de seguirme el rollo. Me quedé pensando. Qué sensación tan mala, la inquietud por dentro. La incertidumbre.

«¿Le caeré mal? Igual no quiere hablar porque no le caigo bien.» Volví a reflexionar sobre ello. «¿Y qué pasa si no le caigo bien? Me molesta un poco, me gustaría demostrarle que se equivoca, que en realidad soy majísima y que podría descubrirlo si hablase un poco más conmigo.» Pero en realidad… ¿qué pasa si de verdad no le caigo bien a esta persona que tengo en frente? No pasa nada. No tengo porque demostrarle lo maja que soy. Igual incluso haciéndolo, no sirve de nada. Porque no puedo gustarle a todo el mundo. Y aunque yo sea incapaz de imaginarme que alguien me critique a mis espaldas, lo cierto es que mucha gente lo hará. Y no pasa absolutamente nada. No tengo, repito, que gustarle a todo el mundo. E intentarlo siempre es agotador.

Sonreír a todo el mundo sin parar es agotador. Intentar pensar en temas de conversación comunes es agotador. Intentar resultar graciosa en cada interacción es, a veces, agotador. Habrá gente en el trabajo a la que, por mucho que yo me esfuerce, no le entre. Interactuaré con personas en mi día a día en colegio, supermercado, servicios, online, a las que yo no les guste o les resulte ampliamente indiferente. Habrá gente en redes que me critique por cada publicación.

Esa es la realidad, y lo que pretendo resaltar en este post es que… no pasa absolutamente nada. Es lo normal, y lo esperable, aunque no sea especialmente agradable.

La cita del viernes duró 5 horas. Ciiiincoo laaaaargas horas. Cinco largas horas en silencio en las que me debatía si hablar, si no, y mentalmente me calmaba con las reflexiones que ahora dejo en este post: calma. Respeta su derecho a que no le gustes o simplemente no le apetezca hablar contigo. Y así lo hice.

No sé cuántas veces tendré que librar estas batallas, pero me lo apunto como algo que enseñar a mis hijas: aunque a mi me resulte inimaginable, Monete y Mariflor, no le vais a gustar a todo el mundo. Y está bien así.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Blog de WordPress.com.

Subir ↑

A %d blogueros les gusta esto: