Mi lugar favorito es mi casa. Aún no he llegado a encontrarme del todo y ya me he perdido de nuevo. A veces me echo de menos.
Me encanta mi vida, mis personitas, lo que he construido. Pero en ocasiones me pregunto qué haría su tuviera el tiempo o la libertad de ser yo. Igual escribiría más. O no. Quizás aprendería a tocar la guitarra rosa que me observa decepcionada desde la pared del salón. O no. He empezado a aborrecer los festivales por sus masas. No canto para desahogarme. Ni escribo para anestesiarme. Acumulo libros sin leer. Eso sí: que no falten los podcast. Ésos si. Porque son multitarea y da igual que esté haciendo la cama que la cena. Y cuando me interrumpen, le doy al pause.
A veces me pregunto si esto es así para todos. Si la gente a veces se pierde durante mucho tiempo y luego se encuentra. O si en realidad no nos perdemos, si no que nos descubrimos en facetas que nunca imaginamos. Una vez nos mandaron un trabajo en la universidad: ¿cómo te ves a ti mismo?. La gente llevó cosas increíbles. Muy artísticas y profundas. Yo llevé una foto de mi cara apoyada en un cristal, en un marco también de cristal. Era muy simple, aprobé sin más. Me veía y me sentía fuera. Fuera de donde pasaba el mundo. Donde la gente parecía estar cómoda y construir sus vidas, yo me sentía espectadora. A veces se me olvida que solo soy espectador.
A veces las canciones se convierten en ceniza.
Y el corazón hundido en un bolsillo de mi pantalón…
y la ciudad palpita con horario de oficina.
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