Siempre he sido bastante partidaria del feedback. Como empresa, de los inputs más importantes (si no el que más) para que el negocio sea sostenible en el tiempo. Cuando trabajaba en Londres hace casi 10 años, implementé un survey para recoger el feedback de los usuarios (era un servicio B2B) y eso nos dio pistas sobre las fortalezas y puntos de mejora. En mi día a día, soy muy de dejar valoraciones si creo que pueden ayudar.
A nivel personal, claro que me gusta la cultura del feedback. Del dime lo que piensas, en base a cómo puedo mejorar. Crítica constructiva de toda la vida, vaya. Y cuanto más acostumbrados estemos a dar y recibir («giving, and receiving«… ¿algún fan de «Friends» ahí fuera? :), más rápido evolucionaremos y podremos mejorar. Y más clara tendremos la idea que proyectamos en los demás sobre nosotros mismos.
Peeeeeero. Y siempre hay un pero (and it is a big but. Vale, ya paro con las referencias a series). Hemos asistido en los últimos años a un endiosiamiento del feedback que me preocupa. La opinión de otros es importante, sí. Pero no es LO importante. No tenemos por qué aceptar todo el feedback que recibimos, al igual que no nos quedamos con todas las opiniones o puntos de vista de la gente que nos rodea. Viva la diversidad. Pero lo que otros piensan NO nos define. Al igual que en el análisis de datos, hay «tendencias», que sí valoramos, y también hay «valores atípicos» que decidimos dejar a un lado. No todo el feedback nos será útil, y tenemos que aprender a filtrar. Como cuando vas a terapia: el/la psicólog@ suele comenzar explicando que actuará como mero espejo y te dará interpretaciones de lo que le vas contando, pero que tú decides cuáles te valen y cuáles no. Con cuáles te ves reflejado, cuáles son las que dices «sí, puede que sea así», las que te ayudan a reflexionar porque para ti tienen sentido. Las demás, a la basura. Porque si dejamos el filtro abierto y decidimos que todo el feedback nos es útil, significa que no tenemos criterio propio, y que somos totalmente maleables por la opinión ajena. ¿Y no es precisamente eso en lo que estamos educando a nuestros hijos? En tener autoestima, en no dejar que la opinión de los demás les defina.
En mi evaluación anual de la empresa, el 50% está construido por opiniones directas de compañeros y manager. Un párrafo por compañero, con una media de 10-12, que describen tus fortalezas y tus áreas de mejora. Y me parece una idea estupenda (aunque lo ideal sería si aprendiéramos a dar y recibir feedback de forma natural en el día a día). Cada año veo las tendencias de mis compañeros, que suelen coincidir en bastantes cosas sobre mí. Y me deja una buena sensación porque me gusta lo que proyecto. También me fijo en las cosas en común sobre mis áreas de mejora, que también suelen ser las que he resaltado sobre mí misma. Otras no, y a veces me sirve para incluirlas. Pero suele haber un 5-10% del feedback con el que no me siento identificada. Y también está bien.
Hay personas y empresas que no entienden esto. La cultura del feedback en lo profesional parece obligarte a tener en cuenta e incorporar TODO el feedback. Si no, parece que no eres capaz de aceptar las críticas. Y no puedo estar MÁS en desacuerdo con esto.
¿Estar abierto a las opiniones de los demás, a replantearnos cosas y a la posibilidad de cambiar ciertas formas de pensar o actuar? Sí. ¿Dar por cierto todas las opiniones que recibimos, ya sea sobre nosotros mismos o en otros aspectos? Rotundamente no.
Y para terminar, no se me ocurre mejor forma que dejar el fragmento de mi serie favorita de todos los tiempos. Giving, and receiving. As well as having, and sharing.
¡Feliz finde!
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