Suena a palabra anticuada, «jefe». Ahora se lleva más ser «líder». La diferencia para mí radica en que, mientras el «jefe» a la vieja usanza se dedica a repartir tareas y hacer seguimiento (o estar «encima»), el líder acompaña, impulsa, guía e inspira. Alimenta tu crecimiento profesional e independencia, mientras que el jefe se asegura de que esa dependencia sea estable y marcada.
Pocas veces nos paramos a pensar en la huella que dejamos en el trabajo. Como jefes, o como compañeros. Pero es algo que, como la educación temprana en la niñez, te marca bastante como profesional.
He tenido la suerte de tener bastantes más jefes buenos que malos, porque no todo el mundo tenemos por qué ser buenos jefes. Es bastante complicado, y no debería ser el escalón previo a una promoción o un puesto de responsabilidad. Deberían alienarse: para tener un equipo te tiene que motivar la gestión de personas, tienes que tener habilidades y sobre todo voluntad para ello. No todo el mundo es buen profesor, ¿por qué deberíamos de saber ser jefes solo por ser buenos en nuestra profesión?
Pero volviendo al tema, puedo recordar vivamente esas primeras experiencias laborales. Tuve una jefa a la que todos temíamos, porque nos hablaba a gritos y faltándonos al respeto. Tuve otra que, cuando conseguí un partnership exitoso con una empresa, se atribuyó el mérito repartiendo entradas para el evento entre el equipo «senior», excluyéndome del reparto. Cuando le comenté, demasiado inocentemente, mi opinión sobre alguna cosa, su frase fue «¿qué te crees, que tu opinión le importa a alguien de esta empresa?«. Sin embargo tuve otra, también en mis primeros años, que escuchó mis ideas y aceptó hacer una retransimisión por Twitter de un evento, hace más de 8 años. Puso la agencia a mi disposición y participé en la estrategia. Me enseñó como alguien puede inspirar, cada día. Enseñar con el ejemplo, tendiendo una mano, haciéndote visible y dándote una oportunidad. La misma jefa dejó un reproductor blue-ray encima de mi silla, que encontré a la mañana siguiente junto con una nota «¿Lo quieres? Tuyo es :)». No puedo describir con palabras la huella que dejó en mí.
Tuve también un jefe que estableció horas de aprendizaje semanales con él, donde nos enseñaba cosas útiles para el trabajo. Solo porque sí, porque le salía. Fue uno de los jefes al que más le debo.
En Londres, tuve un jefe que me enseñó que los 1:1s se podían hacer en la cafetería de abajo, mientras me contaba «The 5 whys«. Me dio alas para hablar con cualquier equipo y aprender lo que quisiera, me transmitió lo que era el «ownership». En cada reunión echaba de menos una grabadora, porque cada consejo, pensamiento o comentario era oro puro. Pero sobre todo, recuerdo su amabilidad. Para todo, siempre y en todo momento. Su sentido del humor, ácido e inteligente. Con la misma generosidad que compartía su expertise, me aconsejaba para mi búsqueda de trabajo al volver a Madrid.
Cuando regresé a Madrid tuve muchos jefes y jefas. Una de ellas me enseñó como alguien muy senior podía ser a la vez la mejor compañera risas. Tanto en calls como en cenas de equipo. Que podía ser divertida y firme, humana, empática y tremendamente inspiradora.
Otro, al que aún llamo mi ex-hefe, me enseñó que podemos tener discrepancias mientras nos morimos de la risa. El mismo que nos envió un mail al equipo, el primer día, con un mensaje claro: «no descuideis vuestra vida personal. Yo intentaré apoyaros en lo que necesiteis, pero es vuestra familia la que siempre estará ahí.«
Sí, he tenido bastante suerte. En cuanto a compañeros, también: aún atesoro mis recuerdos de lo que llamábamos el «call centre» en uno de mis primeros trabajos, que no era sino el espacio designado en la oficina para los 6 becarios. Allí nos ayudábamos, nos reíamos, compartíamos nuestras dificultades y componíamos canciones con lo que nos depararía el futuro («20 de abril, 2020″). He estado en muchos equipos, y de la mayoría me llevo buenos recuerdos y muchos aprendizajes.
Por eso cuando entra alguien nuevo en mi equipo, o soy yo la que entra nueva, actúo de la misma forma: siendo amable, compartiendo lo que sé (poco o mucho), y teniendo muy presente que somos personas. Y que yo contribuyo, aunque sea mínimamente, a la huella de otras personas, como otros contribuyeron a la mía. Y quiero que mi aportación sea lo más humana y amable posible, para que ese profesional vea que un trabajo va más allá de llegar a unos objetivos cueste lo que cueste. Sienta que esto no es una carrera, que no hace falta pisarse. Que si compartimos vamos más lejos, y llegamos menos cansados. Y que si somos amables, estaremos contribuyendo a que el día de otra persona sea un poquito mejor. O no tan malo.
Si hay alguna habilidad que destacaría para resumir a un buen líder (y quien dice lider, también compañero) sería que nunca se olvide de que él también empezó. Y fue becario, y cometió errores. Y actúe como el jefe que le hubiera gustado tener.

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