Monete y Mariflor

Ellas son mi verdadera vocación, y de las que más aprendo cada día. Suena a cliché, pero no lo es. Llevo un tiempo leyendo libros como los de Marián Rojas, que hablan de cortisol, de estrés, de cómo manejar las emociones y de lo importante que es la actitud. Ser personas vitamina. De estos libros que te dan ganas de hacerte un máster en Neurociencia. Pero me resulta, por mi naturaleza de extremos, muy complicado de aplicar. Carezco de modulador emocional, y esto es así desde que mi mundo es mundo. Me gustaría tener una ruedita como las del volumen, que te permiten subir o bajar a poquitos sin dejarte sorda o apenas escuchar. Yo nací sin ruedita. Y aunque llevo mis intentos para construirla rudimentariamente, no es fácil.

Soy intensa, de polos opuestos pero lo suficientemente cabezota para perseguir un equilibrio, aunque sea a largo plazo. De adolescente sufría mucho por todo, y mi amigo David – hoy día fotógrafo y camarógrafo profesional – solía decirme que era como una cámara con muchísima más resolución que el resto. Para lo bueno y para lo malo, sentía con muchísima más intensidad.

Y luego está Mariflor. A sus tres años y medio, me asombra cada día con su razonamiento, su vocabulario y sus expresiones. Pero si por algo me deja aún más estupefacta es por su actitud. Ella siempre elige la risa. Tiene sus rabietas, como cualquier niñ@, pero después de la lagrimita siempre busca con la mirada algo alrededor que le haga reír. Si su padre o yo hacemos el menor gesto cómplice, estalla en carcajadas. Tras sus malos ratos, ella siempre elige la risa como salida. El humor. Su cara resplandece de felicidad mientras se ríe, y ya no existe nada más. Cualquier drama anterior desaparece y no se vuelve a acordar.

Cuando no sabe qué decir, a veces me cuenta cosas de sus amigos, de los dibus, del cole, de los abus o de sus primos. Y otras, hace bobadas por el simple gusto de reír y hacer reír.

Yo de mayor quiero ser Mariflor.

P.D. – Otro día hablaré de Monete y sus enseñanzas… que no son pocas.