Life is a rollercoaster

La vida en general y la mía en particular es una montaña rusa (fun fact que acabo de encontrar: aunque al contrario que la ensaladilla rusa, la montaña rusa sí es originaria de Rusia, inicialmente se llamaba «montaña americana». O eso me ha dicho Wikipedia, archienemigo de todo buen documentador, ¡pero tan conveniente!). Mi estado de ánimo es un poco como Londres: pasa por todas las estaciones y estados en un solo día. Intento ser más consciente e intencional en controlarlo, pero me cuesta.

No he tenido puente, pero para qué quiero puente teniendo montaña rusa. Mi fin de semana y martes libre ha sido de lo más variopinto:

Sábado: Tormentas eléctricas hijiles, en las que la vida era un drama para Monete y Mariflor y se nos hizo a los 4 bastante cuesta arriba. Rabietas continuadas de Mariflor de buena mañana, contagiando a Monete (que además de ser bebé de alta demanda, es de alta sensibilidad y magnifica cualquier sensación que recibe). El nivel de crispación era tan denso que ganas me dieron a de hundirme bajo el edredón y dar por terminado el día. Por la tarde, cielos un poco más despejados. Día casero, pico de cortisol en bajada a última hora de la tarde.

Domingo: Aunque amaneció nublado (literalmente, dejando a un lado la figura literaria), tuvimos nuestro desayuno con música y sin rabietas, nuestro ratito de bailes locos y a las 8 nos pusimos a organizar el día. Sí, Monete y Mariflor tienen la buena costumbre de despertarse a las 6 am, por lo que nuestras mañanas dan muuucho de sí. Nos vestimos y arreglamos los 4, bajamos al coche y pusimos rumbo a IKEA. Me encanta IKEA. No conozco a nadie que no le guste ir. Y sí, vale, podíamos haber ido a un parque, pero Monete y Mariflor disfrutaron de lo lindo. Y es que Mariflor, a sus 3 años y medio, es muy pizpireta ella. Le gusta el rosa, el maquillaje, los videos de niñas y jugar con sus bebés. Aunque a veces se le olvide sus nombres y me diga «¿cómo se llamaba ésta?«. Hemos intentado educarla en la neutralidad, con juguetes de todo tipo, poco rosa y cuentos anti-disney. Pero es así. A veces me preocupa su pensamiento consumista, pero luego me acuerdo que de mí misma pequeña me pasaba el día pidiéndole cosas a mis padres con un «¿Un día me compras…?«, y se me pasa. Ese día nunca llegaba, pero bueno. Eso le ocurre un poco a Mariflor. Así que el ir a IKEA, lleno de cosas bonitas, divertidas, coloridas, y con la posibilidad de llevar ella su propio carrito le pareció toda una aventura. Llegamos a las 12,30pm, y como buenos guiris – y previsores- decidimos ir directos a comer. Por ajustarnos a los horarios de peques, y por evitar la marabunta de gente que suele concentrarse a horas españolas de comer. Ambas comieron mejor que en casa, lo que me hizo plantearme por un segundo mis dotes culinarias. Luego recordé que no tenía dote ninguna, que en realidad me aburre cocinar, y se me pasó.

Después de tener a peques y marido felices (estómago lleno, niños felices), entramos a IKEA por la parte de niños. En realidad era la única que me interesaba, para coger ideas sobre cómo decorar sus habitaciones cuando ambas usen cama. Mariflor tiene una clásica cama casita montessori (creo que nos apresuramos en que dejara la cuna, al año y medio dormía en cama). Monete tiene ya año y medio, pero con su miedo inexistente y su personalidad torbellino, ni me planteo pasarle a la cama en un largo tiempo. Eso sí, me gusta imaginar, diseñar y planear sus espacios.

Mariflor enganchó un carrito y empezó a hablar sin parar un solo segundo, ni para coger aire. Estaba emocionada con todos esos juguetes, y empeñada en que ella quería una cama con escalera (litera), y que ésa que yo decía no le gustaba nada. Y que tenía espacio en su carrito, por si quería meter cosas. Y no se cuantas mil cosas más que nos contaba mientras recorríamos los pasillos interminables, nos parábamos cada dos por tres a mirar algo o intercambiábamos opiniones sobre si necesitábamos una estantería de baño o no. Allí nos seguía ella, con su vocecita de ratón y su carrito. Menos mal que me encanta su personalidad, y aunque a veces le pida un descansito, la verdad es que me cae muy bien. Mariflor es tremendamente divertida, inteligente y espontánea. A veces pienso en la suerte que tengo de que me caiga tan bien mi hija. Imaginaos si no fuera así.

Al cabo de un buen rato, muchos pasillos e interminables historias de Mariflor, Monete se durmió en su silla y decidimos que era hora de volver. Fue entrar en el coche y se hizo el silencio. Las dos dormían. Como buenos padres, decidimos alargar el tiempo de vuelta a casa y visitar varios barrios que teníamos pendientes con el coche. Paz.

La tarde la pasamos en casa, jugando mucho y aprovechando a hacer todas esas cosas para los que no nos da la vida en el día a día – limpieza de ropas, lavadoras, etc. Muy mundano todo.

Lunes: Estallido de cortisol, chubascos tormentosos en el trabajo. Mi estrés estaba tan a flor de piel que acabé quitando la cámara de una de mis calls (¡con mi jefa!) para que no viera cómo se me saltaban las lágrimas. Peques estaban en la guardería. Laboralmente, fue día duro. Cuando llegaron peques, las abracé mucho. Todo volvió a estar bien.

Martes: Día de estrés… ¡del bueno! Hicimos comida familiar en casa, con mis sobrinos a los que adoro con todo mi corazón, mi hermana y mi cuñado. Ya lo dije en un post anterior: son las cosas que llenan mi jarra. Que me cargan las pilas, y cambian de rumbo mi montaña rusa. Monete y Mariflor acabaron agotadas y felices de la emoción, siempre les pasa cuando ven a sus primos. Y yo solo puedo morirme de amor.

Y aquí estamos hoy, a Miércoles. Con bajada de montaña rusa, pero intentando mantener el equilibrio.

Si os digo algo que me ha ayudado mucho durante estos días para mantener la perspectiva (y el equilibrio), es el podcast de Malasmadres y Marián Rojas que encontraréis aquí. Mi historia con esta autora se remonta a 2019, cuando trabajaba en Kindle y Libros en Amazon. Cada semana, su libro «Cómo hacer que te pasen cosas buenas» aparecía en el top 1 de Best sellers. Incluso regalé este libro a uno de mis compañeros durante un amigo invisible. Pero no ha sido hasta este año cuando he decidido leérmelo. Y son de esos libros que necesitas leerte 2 o 3 veces, subrayar párrafos y memorizarlos. De los que te dan tantas claves que solo quieres interiorizarlas y que no se te olviden nunca.

Y es que como dice Marián, la felicidad es conectar con lo bueno que tiene cada día, y gestionar lo malo de la mejor forma posible. Y yo desde mi montañita rusa diaria de emociones, soy bastante feliz. Tengo tanta, tanta suerte.

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